¿Qué queremos decir con la afirmación que el hombre de a pie ya no come cuento? El ecuatoriano vive en un país rico, prodigado de toda naturaleza para sostenerse, para afirmar y reproducir la vida material y espiritual. Pero al verla con detención, se choca con el aberrante contraste de que la pobreza lo convoca a responder a la pregunta: ¿por qué hay tanta disparidad? ¿Por qué la abismal brecha entre rico y pobre? Su raciocinio le dicta que la inequidad es un constructo humano.
Es decir, hay suficiente riqueza para que todos podamos tener una vida digna. Si solo hubiese la debida voluntad política para gestionar el buen sentido de ayudar al necesitado, la pobreza sería drásticamente reducida. Entonces, el postergado pensante se percata de que los delegados a interceder por ellos, quienes reciben el voto puesto en buena fe, no cumplen. Se percata de que le hicieron trampa. De ahí, para él, los delegados son corruptos. Someramente sobrevuela la historia, el recuerdo de promesas vacías, y no encuentra más que promesas repetidas, de campaña tras campaña, que, como todo, en su historia de ser sujeto de engaño, se las ha llevado el viento, pero que de vez en cuando regresan para hacerle acuerdo de que fue burlado. Sus aspiraciones pasan a ser históricas deudas sociales. Y la mentira repetida cansa, como cansa el mismo rostro del viejo politiquero que se anda vistiendo de camiseta en camiseta o de zapato a zapato rojo. Su condición material y social, su horizonte promisorio, se ensombrece cada día más, predestinado a vivir con escasez y sufrimiento.
Pero, en cambio, sí se percata que el político que representa el cambio generacional, que llega a golpear la puerta de todo vecino, de todo color, de todo género, de toda persona de buena voluntad, cumple con la potestad dada. Las promesas se convierten en mandatos. Empieza a ver cómo se erige la escuela, la infraestructura, la productividad, el empleo… Siente el cuidado del Estado. El panorama se le cambia y empieza a confiar nuevamente, y contrasta, cara a cara, con el político que cumple, versus el que sigue con demagogia anacrónica, de “mucho ruido y pocas nueces”.
De ahí se empodera. Distingue entre el charlatán y el constructor. Su confianza ya recobrada se convierte en adherente, en voto duro, en leales a la causa de un proyecto nacional con planes que avizoran soluciones inmediatas, mediatas y de largo plazo, todo dentro de lo posible, desbrozando camino, sea porque ahora conoce al mentiroso, arropado de “periodista militante”, de “politólogo”, de mercaderes de espejitos por piedritas de oro, o sea por la obra que aparece, que le habla a su conciencia, que da testimonio en hechos y no palabras. Hechos como la retahíla de victorias electorales. El pueblo manda, el político obedece.
El pobre no come cuento porque ha visto que el cambio social es una aspiración dentro de lo posible. Y cuando los cuenteros lo visitan cada cuatro años, él escucha, mueve la cabeza, como aceptando que ha entendido, pero con sus ojos puestos sobre el alma del verdugo, se les ríe y vota. Cuando vota, su voto se convierte en bala, y la bala en posible eterna primavera.
Luis Alfredo Castillo
Articulista
Prensa República Del Banano
Falta mucho en toda la sociedad ecuatoriana, iniciar el comienzo del cambio, empezando con el ejemplo de eliminar la corrupción y que el primero en hacerlo es el Presidente de la República, no permitiendo a los grupos de poder conceder favores de los que hasta el presente se han beneficiado. QUIZAS NO APARECE TODAVÍA EL LIDER-QUIZAS NECESITEMOS DERRAR SANGRE.
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La política es servicio a la comunidad. Quien obtiene la confianza para tal delegación, debe servir con buena voluntad, y así velar por el bienestar de todos los ecuatorianos. Pero pasa todo lo contrario! La opulencia quiere subir al poder, ofreciendo lo que nunca ha cumplido. ¡Ya no! El pobre, el indígena, el cholo, el montubio, el obrero mal pagado, ya no come cuento. Ahora sabe cuál es su opción; ahora reconoce la voz de quien le dará una mano. «El pueblo manda, el político obedece».
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